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Una sociedad tiene un problema cuando empieza a valorar a las personas con distintas varas de medir, pero creo que una sociedad está enferma cuando se empieza a dar distinto valor a la vida o la muerte de los niños.

Al parecer en este país ya no solo los hombres y mujeres no somos lo mismo, ahora tampoco la vida de los niños vale lo mismo.

He visto en estos días estadísticas de los niños fallecidos en un contexto de violencia de género, es decir los menores muertos manos de sus padres o de las parejas de sus madres. Sin embargo no he visto publicado en ningún medio de comunicación el número de niños muertos a manos de sus madres.

¿El niño de 13 años de Mallorca muerto a manos de su madre no importa? ¿No importa la niña de 18 meses a la que su madre arrebató la vida? ¿a estos los olvidamos? ¿Acaso solo merece atención la vida o la muerte de los niños que aparecen en las estadísticas de una ideología y un entorno subvencionados?

¡Pero qué nos está pasando! ¿Cómo nos puede parecer bien esto?

Y aquí no termina todo, porque también nos olvidamos de los niños huérfanos de padre. Sí, lo hacemos. También en esto diferenciamos a los niños, al parecer en este país hay huérfanos y “huérfanos”.

Si un niño queda huérfano de madre porque ésta ha muerto a manos de su padre, recibirá las ayudas contempladas en el Pacto de Estado – que entre otras medidas incluye tener acceso rápidamente a la pensión para sufragar los primeros gastos-. Ahora bien, si ese mismo niño queda huérfano de padre porque su progenitor ha muerto a manos de su madre, ha de esperarse a que la lenta burocracia le haga llegar su turno; pero peor aún… si un niño es huérfano de madre porque ésta ha muerto a manos de su otra madre… este niño… pues este niño tampoco está protegido por el Pacto de Estado.

¿Acaso los niños huérfanos de padre o de madres lesbianas no necesitan la misma protección del Estado? ¿Son menos importantes estos niños? ¿Valen menos?

¡Qué alguien me lo explique porque no puedo entenderlo!

Yo, que siempre he creído en la igualdad, que siempre he creído que todas las personas somos iguales independientemente de nuestro sexo, edad, religión, orientación sexual, raza, color, altura, peso… Ahora empiezo a ver lo equivocada que estaba, porque al parecer ya ni los niños son iguales…

Yo, como abogada, como mujer y como madre rechazo totalmente un Pacto de Estado que va a crear niños de primera y de segunda, huérfanos de primera y de segunda. Rechazo totalmente una ley destinada a protegerme por el simple hecho de ser mujer. Rechazo totalmente un Gobierno que va a dedicar más presupuesto a proteger a personas adultas de un sexo concreto y una orientación sexual concreta -mujeres heterosexuales- que a proteger a los niños.

Al parecer en este país aceptamos convertir a hombres, niños, homosexuales, lesbianas y transexuales en ciudadanos de segunda, y aceptamos “victimizar” a las mujeres heterosexuales por el simple hecho de ser mujeres y de ser heterosexuales.

Y a todo esto, yo ilusa de mí, creí que vivía en una sociedad democrática del siglo XXI.

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Yobana Carril LA GACETA